Cuando el calor aumenta y las temperaturas extremas comienzan a sofocar, es inevitable pensar en alternativas para vivir en condiciones menos hostiles y, además, ahorrar energía. En 2022, el verano y la primavera tocaron niveles récord. Se trata de una tendencia que se acentuará aún más con el paso del tiempo. Por eso, es clave adaptar nuestras casas para anticiparse al fenómeno.
El doctor en arquitectura y socio fundador de la asesoría ambiental Sociedad Orgánica, Gerardo Wadel, explicó: “Si revisamos los modelos climáticos, existe un aumento global de las temperaturas. Debemos modificar nuestras pautas para adaptarnos lo mejor posible al calor y esto incluye nuestras viviendas”. En Sant Andreu de la Barca, Barcelona, hay un caso ejemplar de una vivienda de 312 m2 que muestra un consumo energético cercano a cero. Eso le valió la certificación Passivhaus Premium, con la que cuentan apenas una veintena de construcciones en el mundo.
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Distintas formas de aislar para reducir el consumo energético
¿Hay formas de mantener la temperatura interior constante entre 22 y 24 grados sin aire acondicionado ni calefacción? La respuesta es sí: mediante el aislamiento técnico con ventanas y puertas de altas prestaciones o la ausencia de puentes térmicos. Asimismo, la ventilación mecánica de doble flujo con recuperación de calor, por poner ejemplos concretos. Todo ello, a su vez, sitúa la demanda energética térmica en solo 10 kWh/m2, apenas un 10% de lo que conlleva una casa convencional.
Materiales de aislación y ventanas PVC
En el caso del proyecto de Sant Andreu de la Barca, la vivienda se construyó desde cero en agosto de 2020. Sin embargo, hay formas de adaptar nuestra casa a las temperaturas extremas si no tenemos esa posibilidad. Podemos, por tanto, realizar una rehabilitación energética, colocar aislamiento en los muros e instalar ventanas de PVC. En 1980 se dispuso la obligatoriedad de contar con espesores mínimos de material aislante en techos paredes y ventanas. En efecto, la mayoría de las casas que se edificaron en España antes de ese año podrían estar mal aisladas. Según la Asociación de Consumidores y Usuarios (OCU), el 50% de ellas. De ello se desprende que el 42% del consumo doméstico de energía en el país se dedique a la climatización.
Existen distintos materiales para aislar los muros. Entre ellos: la espuma de poliuretano, un material muy versátil que se utiliza en una enorme cantidad de objetivos cotidianos, sobre todo vinculados al confort. Para la gerente sénior de productos intermedios en Repsol Technology Lab, Raquel Sánchez Magdaleno, dicho material “presenta unas propiedades aislantes muy buenas, debido a su baja conductividad térmica”. Así, desarrolló: “Esto hace que, comparado con otros materiales, se necesite menor espesor para conseguir la misma capacidad aislante, optimizando de esta forma el coste”.
La cerámica es otro. Se trata de un material que, sí conocemos sus características físicas –especialmente de suelos, paredes y techos– podemos usarlas a nuestro favor. En este caso, podría aprovecharse su gran capacidad para transmitir la temperatura, que la convierte en un elemento refrescante si se coloca en una zona poco soleada. Para regular el aire en el interior del hogar y mantener la humedad entre un 50 y 60%, también es recomendable implementar materiales de origen natural en los revestimientos, como la arcilla o cal.
Costumbres y medidas “pasivas” para las temperaturas extremas
“Antes de apresurarnos a colocar placas fotovoltaicas o cambiar la bomba de calor podemos incorporar pautas de vida distintas”, plantea Wadel para referirse a distintos tipos de mecanismos de “gestión natural” que podrían cumplir con el mismo objetivo de alejarse de las temperaturas extremas. “Cambiar de vestimenta o de tipo de alimentación en verano o variar el horario laboral si teletrabajamos serían los primeros pasos para evitar actividades que generan calor corporal durante las horas de mayor radiación solar”, ejemplifica el arquitecto.
Pero también hay otras prácticas y medidas “pasivas” que han quedado de generaciones anteriores. Una de ellas es la ventilación cruzada, tan acudida en tiempos de coronavirus. Sirve para generar corrientes de aire natural al abrir ventanas en lados opuestos de una habitación o manteniendo las persianas semicerradas. Asimismo, toldos o voladizos que proporcionan sombreamiento y reducen la incidencia solar hasta en un 40%. Las plantas, a su vez, son reguladoras de la humedad en el ambiente, por lo tanto, aportan en gran medida en el sentido de controlar la humificación.
Sí a las persianas y a las luces LED
Antes que invertir en maquinaria de climatización para combatir las temperaturas extremas, como calefacción o aires acondicionados, Wadel recomienda recurrir a mecanismos de control solar como persianas o ventanas de madera con portillos. Además, es más económico. Eso sí, si decidimos invertir en lo primero, debe hacerse con criterio. “No toda la superficie de un piso tiene que estar en modo ‘on’ u ‘off’. Podemos enfriar un 20 o 30% de la vivienda para generar confort en los espacios que estemos utilizando en aquel momento y reorganizar nuestras actividades en estos espacios”, explica el arquitecto.
Las luces también intervienen en los niveles de temperatura, con variables importantes como su antigüedad. Ellas generan y concentran el calor. “Todo esto fuerza las instalaciones y eleva el consumo de energía y por tanto su coste”, explica el fundador de Sociedad Orgánica. Además, recomienda sustituir las bombillas halógenas por LED, ya que generan un 80% menos de calor. En cuanto a los electrodomésticos, es importante revisar si cuentan con etiquetas de eficiencia energética. Sino, se corre el riesgo de que aumenten, en su conjunto, alrededor de 3 grados centígrados la temperatura de la vivienda.
Qué pasa con las etiquetas energéticas
Según lo dispuesto por la ley española, todas las casas deben contar con su “etiqueta energética”, un documento obligatorio en el que están registrados los datos de consumo anual de esa vivienda, tales como agua caliente, calefacción, iluminación, refrigeración y ventilación. Además, hay información sobre otros elementos como el cerramiento exterior, carpinterías, el tipo de ventanas o sistemas de climatización. Por ello, es clave consultarlo en los momentos previos a la compra o el alquiler de una vivienda.
Dichas etiquetas se califican en una escala gradual de eficiencia, donde la letra A implica el caso de mayor eficiencia, mientras que la letra G, la menor. Pasar de un grado a otro, por lo general, supone ahorrar cerca de 3.000 kWh y 200 euros en energía. La diferencia entre ellas es sustancial: según la OCU, se requiere casi diez veces más energía para calentar una vivienda de tipo E, respecto a lo que se necesita en una de calificación A. En términos económicos, significa alrededor de 1.000 euros anuales extra.
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